"Las edades de Lulú" de Bigas Luna


DAVID TOVILLA

DIARIO POPULAR ES!

Como era de esperarse, Las edades de Lulú fue programada para su exhibición en el Real Cinema. Su estreno en México también ocurrió en una sala cuya programación habitual privilegia el “cine porno”; es decir, películas con una trama mínima, suficiente apenas para introducir escenas sexuales que rara vez se muestran completas.

Aun así, la cinta de Bigas Luna se impuso y ocupó el lugar que merecía en la crítica cinematográfica. Un comentarista sostuvo que la película valía por presentar, por primera vez en el cine comercial del país, una producción con el detalle y el realismo de la relación sexual, sin parecerse al carácter de mera masturbación genital de los videos llamados “porno”.

Las edades de Lulú llegó a Tuxtla Gutiérrez hace mes y medio. Se proyectó en salas del poniente de la ciudad y permaneció en cartelera tres días. Ignoro la razón, pero ahora regresa y, aunque se anuncia como estelar, fue penosamente reducida: de 99 minutos pasó a 60.

Se ha procurado mantener cierta coherencia narrativa. Con todo, hay que decirlo: no reproduce la riqueza de la prosa de Almudena Grandes ni del título número 61 del catálogo de Tusquets, que en la Ciudad de México estuvo entre los libros más vendidos durante los días de exhibición del largometraje.

La versión abreviada conserva la esencia del relato: Lulú, adolescente, conoce a un amigo de su hermano, un profesor universitario llamado Pablo. Él la inicia en la experiencia sexual; la dispuesta Lulú descubre a temprana edad lo que algunos llamarían perversiones, y, entre otros gustos, le concede a Pablo —en palabras de Andrés de Luna— “el de la auténtica desnudez”. Pablo —la cámara lo registra con precisión— la afeita antes de penetrarla por primera vez.

Su amante viaja al extranjero y, a su regreso, se casan: “la cachondería es lo único que une a este matrimonio”. Todo marcha hasta que, en una fiesta, Pablo la induce a tener relaciones con su hermano. Lulú se descoloca —“no tenía en mis planes el incesto”— y abandona la casa. Recorre bares y centros de espectáculos gays; contrata hombres para saciar su excitación. Observa y, en menor medida, participa. Hasta que llega a una casa de espectáculos privados sadomasoquistas. De allí la rescata la policía, con la intervención de Pablo y, sobre todo, de un travesti, que pierde la vida.

A Las edades de Lulú se le han restado tomas de primera importancia para la comprensión de la protagonista y, con ello, del planteamiento de Almudena Grandes. Entre los recortes, desaparece un tic nervioso de Lulú: en momentos críticos entrelaza las manos de un modo muy particular.

En la versión mutilada ese detalle no aparece una sola vez. Tampoco se registra, tras la separación, la secuencia de los hombres que alquila; probablemente es la parte más afectada: sus insatisfacciones. Quiere sexo, sí, pero el que busca no está en todas partes: es con Pablo. En el Real Cinema, apenas inicia el primer grupo de muchachos y el montaje salta a la escena final. Quien no conozca el filme difícilmente advertirá la poda.

En Tuxtla no hay muchas opciones. Las edades de Lulú debe verse aun en estas condiciones. Quienes tenían prisa por que terminara no la redujeron a diez minutos y han dejado escenas pensadas para el ojo curioso: sobre todo el despertar de Lulú y las primeras relaciones de recién casados. En lo visual, ahí está lo mejor de la película. Por ejemplo: un plano de medio cuerpo en el que una mano tira suavemente de la pantimedia antes de deslizarse hacia el pubis.

Las edades de Lulú es, al final, una historia de amor, inocencia, entrega y deseo, realizada con buen pulso.