Adolescencia


DAVID TOVILLA

Una miniserie de forma y fondo pulcros que eleva la vara de la industria.

Un planteamiento de múltiples entradas que dialoga con cualquier espectador, sin importar edad ni rol social.

Un trabajo que hibrida géneros para tomar lo mejor de cada uno y esquivar los lugares comunes.

Una experiencia transformadora: apunta a un público habituado al puro entretenimiento y, en cuatro horas, consigue cautivar, instruir y agitar el pensamiento.

Se llama Adolescencia, estreno de Netflix.

La miniserie impacta y acompaña la reflexión durante y después de verla. De ella conviene admirar:

La realización. Destaca el uso del plano secuencia —una toma prolongada y continua, sin cortes visibles— que exige una coordinación milimétrica entre intérpretes y equipo técnico.

El efecto. La inmersión es constante: la mirada del espectador entra en cuartos, atestigua encuentros, acompaña los desplazamientos. No hay truco ni distancia emocional; la acción sucede ante nuestros ojos.

En Adolescencia, se percibe con nitidez cómo los personajes se cruzan: uno sale de escena y otro entra para continuar el hilo narrativo.

Un reto superado con excelencia se aprecia al cierre del capítulo dos. Hacia el minuto 45, vemos a una chica que camina y se integra a un grupo de jóvenes que cruza la calle. La cámara se eleva, sobrevuela tejados y edificios, sigue la arteria desde lo alto, desciende hacia un estacionamiento y, al fondo, aparece un grupo de personas.

La cámara baja hasta nivel de piso cuando un hombre sale de su automóvil. Lo acompaña mientras deposita un ramo de flores en un santuario improvisado; se acerca, encuadra su rostro.

Un único desplazamiento —tenso y significativo— de unos tres minutos, subrayado por una versión inesperada y bellísima de Fragilidad de Sting, para coro y piano: una suerte de responso que cierra con una voz infantil a capela. Un momento prodigioso y estratégico: es, con exactitud, la mitad de la miniserie:

Su relatoLa trama parte de la indagación de un asesinato, pero lo usa como una pieza más del mosaico. No explota el morbo ni reconstruye el crimen: aparece apenas como prueba en un video en blanco y negro. Lo central no es el cómo, sino el por qué. Ese foco ilumina el recorrido y abre hallazgos en varios frentes: la vida escolar, las dinámicas en casa y la exposición a redes sociales.

La pregunta por las motivaciones del adolescente se sostiene de principio a fin. En 240 minutos, la serie repite—y nos hace repetir—: «¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?», empujando al espectador a hurgar en todos los ámbitos de interacción antes mencionados.

El movimiento circular de cámara y las reacciones del joven confluyen en una sesión claustrofóbica con su psicóloga: personajes y espectador quedan encerrados en un cuarto. El tiempo se vuelve imperceptible hasta que caemos en cuenta de que ese interrogatorio ocupa todo el capítulo tres: una larga confrontación para desentrañar sus razones.

Sus temasHace tiempo que no se veía una miniserie tan panorámica como Adolescencia: somete a cualquiera —padres, hijos, docentes o quien sea— a un examen incómodo de la propia conducta. No hay superficialidad: la apuesta es la profundidad.

La obra habla por lo que dice y por lo que omite. Interroga la alfabetización adulta en los lenguajes y códigos de las nuevas generaciones. Distingue entre casa y hogar: la primera, un punto de encuentro físico; el segundo, una práctica de integración.

Examina la reproducción de patrones familiares; denuncia la incomunicación disfrazada de “privacidad”; recuerda que los adultos no pueden eludir su responsabilidad. Señala carencias de los sistemas escolares donde la violencia y el acoso parecen inercias normalizadas. Y advierte los riesgos formativos de las plataformas digitales: prejuicios, desinformación, sectarismos, polarización, manipulación.

Lo decisivo es que Adolescencia no adopta una voz juzgadora. No dicta sentencia: ofrece un dispositivo de reflexión personal.

La miniserie merece verse, recomendarse y compartirse. No por nada, el 1 de abril se anunció que «se difundirá en centros de enseñanza secundaria de Reino Unido» y «La serie juvenil de Netflix se incorporará al sistema educativo del Reino Unido. La iniciativa busca abrir el diálogo sobre salud mental y relaciones en la adolescencia».

Sí: es una serie imprescindible frente al caudal de estrenos que saturan el streaming.