DAVID SANTIAGO TOVILLA
Mario Vargas Llosa falleció el 13 de abril. Escribió hasta casi el final: se negó a relajar la disciplina de trabajo. En vida sostuvo la cosecha de lectores; ya muerto, sus libros perdurarán.
Uno de ellos es Elogio de la madrastra, novela que entró por la puerta grande a la literatura erótica.
La maestría de Vargas Llosa le permite construir un texto que dialoga con lo mejor de la tradición clásica del género: fondo y forma en verdadera armonía literaria, lejos de esas producciones de la última década que explotan la sexualidad para masificar contenido y vender —pura lubricidad comercial—.
Elogio de la madrastra es un libro rotundo, alimentado por las mejores fuentes libertinas. De ahí su riqueza en alusiones, la finura en la construcción de perfiles y relaciones, y la revisión de tabúes.
No busca “divertir”, sino ejercitar la mente: remover conceptos y esquemas sexuales, sembrar sorpresas para provocar preguntas.
Aquí no comparece el Vargas Llosa figura pública, sino el lector minucioso de las novelas eróticas de los siglos XVIII y XIX. Y, aunque abreva de un caudal anterior, esa tradición es solo base para su propio planteamiento: intenso y contundente.
La novela alterna capítulos: unos hacen avanzar la trama; otros ejecutan un juego creativo a partir de obras pictóricas. El arte subraya la envoltura general del proyecto erótico mediante seis piezas: Jacob Jordaens, François Boucher, Tiziano Vecellio, Francis Bacon, Fernando de Szyszlo y Fra Angelico.
Entre los momentos más sugestivos está la escena imaginada que desemboca en la célebre pintura de Boucher, Diana después de su baño (1742): una miniatura narrativa que ilustra cómo la mirada artística puede devenir relato, y el relato, incitación estética.
«Esa, la de la izquierda, soy yo, Diana Lucrecia. Sí, yo, la diosa del roble y de los bosques, de la fertilidad y de los partos, la diosa de la caza. Los griegos me llaman Artemisa. Estoy emparentada con la Luna y Apolo es mi hermano. Entre mis adoradores abundan las mujeres y los plebeyos. Hay templos en mi honor desparramados por todas las selvas del Imperio. A mi derecha, inclinada, mirándome el pie, está Justiniana, tiniana, mi favorita. Acabamos de bañarnos y vamos a hacer el amor».
Las proyecciones de los cuadros se mezclan, de manera progresiva, con la historia elaborada por Mario Vargas Llosa.
Aunque es un trabajo breve, el contenido Elogio de la madrastra es prolífico en direcciones a donde dirigir la mirada:
Deseo: sin edad, ni previsión. Una mujer madura y su hijastro de doce años se descubren en la pasión carnal. Aunque no tienen lazos de consanguineidad, incurren en la figura del incesto.
Poder: de la seducción, de la información. La primera parte registra el vencimiento de las resistencias. Después, la naturalización de esa relación alterna. Al final, el pequeño escribe un texto que da un puntual registro de esos hechos. En un acto en apariencia inocente, se lo da a leer al padre y provoca una ruptura. La perversión, por tanto, no reside en lo sexual, sino en la concepción del todo.
Pasión: exacerbada, instintiva, animalizada. Vargas Llosa utiliza una descripción pujante al consignar las hipotéticas palabras de un gobernante al imaginar qué ocurrió en el cuadro de Jordaens, Candaules, rey de Lidia, muestra su mujer al primer ministro Giges (1648):
«Lo que más me enorgullece de mi reino no son sus montañas agrietadas por la sequedad ni sus pastores de cabras que, cuando hace falta, se enfrentan a los invasores frigios y eolios y a los dorios venidos del Asia, derrotándolos, y a las bandas de fenicios, lacedemonios y a los nómadas escitas que llegan a pillar nuestras fronteras, sino la grupa de Lucrecia, mi mujer.
»Digo y repito: grupa. No trasero, ni culo, ni nalgas ni posaderas, sino grupa. Porque cuando yo la cabalgo la sensación que me embarga es ésa: la de estar sobre una yegua musculosa y aterciopelada, puro nervio y docilidad. Es una grupa dura y acaso tan enorme como dicen las leyendas que sobre ella corren por el reino, inflamando la fantasía de mis súbditos. (A mis oídos llegan todas, pero a mí no me enojan, me halagan.) Cuando le ordeno arrodillarse y besar la alfombra con su frente, de modo que pueda examinarla a mis anchas, el precioso objeto alcanza su más hechicero volumen. Cada hemisferio es un paraíso carnal; ambos, separados por una delicada hendidura de vello casi imperceptible que se hunde en el bosque de blancuras, negruras y sedosidades embriagadoras que corona las firmes columnas de los muslos, me hacen pensar en un altar de esa religión bárbara de los babilonios que la nuestra borró. Es dura al tacto y dulce a los labios; vasta al abrazo y cálida en las noches frías, una almohada tierna para reposar la cabeza y un surtidor de placeres a la hora del asalto amoroso. Penetrarla no es fácil; doloroso más bien, al principio, y hasta heroico por la resistencia que esas carnes rosadas oponen al ataque viril».
Placer: vasto, sin limitarse al acto sexual sino al poder del cuerpo y sus sentidos. Observar su conformación revelada a través de telas que exaltan su voluptuosidad. Hurgar «Qué diría don Rigoberto si supiera que espías a tu madrastra cuando se baña»; para encontrar: «al salir de la bañera, en vez de ponerse de inmediato la bata, permaneció desnuda, el cuerpo brillando con gotitas de agua, tirante, audaz, colérico. Se secó muy despacio, miembro por miembro, pasando y repasando la toalla por su piel una y otra vez, ladeándose, inclinándose, deteniéndose a ratos como distraída por una idea repentina en una postura de indecente abandono o contemplándose minuciosamente en el espejo. Y con la misma prolijidad maniática frotó luego su cuerpo con cremas humectantes.»
Disposición: para entender los inconmensurables rumbos de las pulsaciones eróticas; a no encerrarse en una manera de ser o ejercer la sexualidad. El gozo puede tener expresiones diversas, tanto en quien lo proporciona como para el receptor: «Se inclinará y su boquita de labios bermejos besará mi pie y chupará cada uno de mis dedos como se chupa la lima y el limón en las calenturientas tardes del estío».
Así, puede demostrarse que Elogio de la madrastra es un volumen que reúne información, carácter, lenguaje, imaginación, emotividad, transgresión y desafío. Una novela con la que Mario Vargas Llosa, de manera sobrada, inscribió su nombre en la literatura erótica y en la especializada colección “La sonrisa vertical” de editorial Tusquets.
Nueve años después de publicada, los personajes centrales de Elogio… se volcaron en un nuevo título Los cuadernos de Don Rigoberto que también amerita leerse.
Mario Vargas Llosa no se ha ido porque sus letras y espíritu vigoroso viven con sus lectores.
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