DAVID TOVILLA
El 20 de agosto de 2020, Alexéi Navalni fue envenenado. Viajaba en un vuelo local en Rusia como parte de su agenda al frente de su Fundación Anticorrupción, desde donde expuso el enriquecimiento extremo de políticos encabezados por Vladimir Putin. Supo adoptar la dinámica y el lenguaje de las redes sociales, por lo que su impacto fue inmenso: la gente lo seguía y respondía a sus convocatorias.
Cuando comenzaron las convulsiones del activista, el avión realizó un aterrizaje de emergencia. Fue ingresado en un hospital ruso. Su familia, con apoyo del gobierno alemán, logró trasladarlo a un hospital en Alemania. Tras meses de tratamiento, se recuperó.
En esa etapa comenzó a escribir un libro que empezó a circular hace siete meses: Patriota: memorias. El volumen, de unas seiscientas páginas, combina autobiografía y memorias. La primera parte fue elaborada durante su convalecencia: su matrimonio, su militancia y su vida laboral.
Luego hay un corte abrupto: Navalni decidió regresar a Rusia el 17 de enero de 2021. Apenas pisó suelo ruso fue detenido y ya no volvió a salir, salvo para ser trasladado de una prisión a otra, hasta llegar a una colonia en el Ártico, donde se conoció su fallecimiento el 16 de febrero de 2024.
Durante los meses en Alemania, además, pudo escribir con condiciones adecuadas y grabó Navalny, Navalny, documental ganador del Óscar en 2023, disponible en plataformas comerciales.
Lo más sorprendente del audiovisual es la investigación encabezada por el periodista búlgaro Cristo Grozev, que demuestra la autoría estatal rusa en el envenenamiento. Con habilidades para rastrear datos en la “web profunda”, identificó quiénes y cómo administraron Novichok, un agente nervioso de fabricación rusa.
No solo delinearon la red y las identidades de los participantes: lo decisivo fue obtener un testimonio directo. El propio Navalni se hizo pasar por un superior ruso y llamó a uno de los autores materiales. Ocurrió lo menos probable: el interlocutor confesó todo, incluso que la demora en el hospital ruso obedecía a que esperaban las horas necesarias para que la sustancia se disipara sin dejar rastro. Aun así, laboratorios de Alemania, Francia y Suecia detectaron el compuesto empleado. Demoledor. Se llegó a advertir que el confesor corría peligro inmediato; después de esa llamada, no volvió a aparecer públicamente.
Todo eso pudo hacerlo Alexéi Navalni en libertad. Por eso, su retorno a Rusia fue, sin duda, una equivocación: era como fingir que su sentencia de muerte no se hubiera ejecutado ya. Si sobrevivió al primer ataque fue porque lo atendieron con rapidez y recibió un antídoto; pero la orden de supresión parecía dada para cumplirse tarde o temprano.
Con seguridad, Navalni pensó que, como en otras ocasiones, entraría y saldría de prisión. Convencido, intentó reingresar a Rusia. Su vuelo fue desviado del aeropuerto donde lo esperaban sus simpatizantes y, en el alterno, lo detuvieron.
Desde entonces, su escritura cambió: se volvió un diario de cárcel atravesado por circunstancias variables. A veces podía escribir una hora; todo era revisado, fotografiado, archivado. Conforme lo movían de prisión, crecían las restricciones: cada vez menos tiempo, menos papel, menos salidas. Los abogados que sacaban sus notas hoy están presos, acusados de difundir esas ideas. Es parte del costo de unas memorias que ahora están al alcance de todos y deben leerse.
Denuncia Navalni: «La política de un país autoritario se estructura de un modo muy primitivo: o se está a favor del régimen o contra él. El resto de las opciones políticas han quedado completamente suprimidas».
Pareciera que la corrupción es inherente al autoritarismo: «Tras la apariencia de una gestión eficaz estaba la misma panda de criminales que, ante la menor oportunidad de robar, no dudaba en hacerlo. Eran eficaces solo en que eran capaces de idear quince formas diferentes de maquillar las cuentas de un contrato gubernamental en menos de un minuto, inventándose una docena de falsos acuerdos comerciales para que todo pareciera estar en orden y transfiriendo rápidamente el botín a un paraíso fiscal. Cuando la corrupción es la base misma de un régimen, a quienes la combaten los llaman extremistas».
Revela, entonces, cuál es la principal herramienta de esos políticos: «Todo se basa en mentiras, en mentiras constantes, ¿lo entienden? Y cuanto más concretas son las pruebas que presentamos ante ustedes, mayores son las mentiras con las que nos topamos. Esas mentiras se han convertido en el modus operandi del Estado; ahora son su misma esencia. Vemos a nuestros líderes pronunciar discursos y oímos mentiras de principio a fin, tanto sobre asuntos importantes como triviales. Pido a todo el mundo que no viva en la mentira».
Señala la consecuencia social: «la peor desgracia es que, de todos los millones de personas que viven aquí, una y otra vez el poder acaba en manos de los mayores cínicos y embusteros».
Un mes antes de su muerte, Alexéi Navalni apuntó: «Llevo tres años respondiendo a la misma pregunta: ¿Por qué volviste? Tengo mi país y mis convicciones. No quiero renunciar a mi país ni traicionarlo. Si tus convicciones significan algo para ti, debes estar dispuesto a defenderlas y hacer sacrificios en caso necesario. Resultó que el precio por defender el derecho a tener y a no esconder tus convicciones es una celda de aislamiento. Los sectarios y los marginales están en el poder. No tienen ideas. Su único objetivo es aferrarse al poder. La hipocresía les permite ponerse cualquier chaqueta».
Fue convicción y también cálculo. Navalni debió considerar que, en Rusia, era un hombre sentenciado: la orden se emitió el día que intentaron envenenarlo; sólo era cuestión de tiempo. Se equivocó al volver. A los mártires se les recuerda, pero habría sido más útil que su ideario y su acción continuaran movilizando conciencias, por pocas que fueran y aunque el exilio limitara su alcance. Quienes se han ido de su país no dejan de ser patriotas; ahí están los nicaragüenses expatriados, perseguidos y expulsados por un régimen autoritario.
Un liderazgo y una voz que no debieron extinguirse: todavía tenía mucho que decir.
Véase el caso de Ucrania. Hoy, después de 3 años, 3 meses y 15 días de la invasión de Rusia a Ucrania y de la tenaz resistencia ucraniana, el panorama no es alentador.
El 20 de febrero de 2023, cuando llevaba un año en su último encarcelamiento y casi dos años antes de su asesinato en confinamiento en una cárcel rusa, Navalni escribió «quince tesis de un ciudadano ruso que desea lo mejor para su país». El puntual pero extenso posicionamiento, recuperado en el libro, es útil hoy para situar la agresión de Vladimir Putin:
«¿A qué ha venido todo esto y a qué nos enfrentamos ahora?
1. El presidente Putin ha desencadenado una guerra de invasión injusta contra Ucrania con pretextos ridículos. Intenta desesperadamente que esta sea una «guerra popular» y que todos los ciudadanos rusos sean sus cómplices. Pero no lo está consiguiendo. No hay casi voluntarios para esta guerra, así que el Ejército de Putin tiene que recurrir a presidiarios y a movilizaciones forzosas.
2. Los verdaderos motivos de esta guerra son los problemas políticos y económicos que hay en Rusia, el deseo de Putin de aferrarse al poder a toda costa y su obsesión con su propio legado histórico. Quiere pasar a la historia como el zar conquistador y el coleccionista de tierras rusas.
3. Decenas de miles de ucranianos inocentes han sido asesinados, y millones han padecido dolor y sufrimiento. Se han cometido crímenes de guerra. Ciudades e infraestructuras ucranianas han sido destruidas.
4. Rusia está sufriendo una derrota militar. Es la constatación de ese hecho lo que ha cambiado la retórica del régimen, de las declaraciones de «Kiev caerá en tres días» a las amenazas histéricas de utilizar armas nucleares en caso de que pierda Rusia. Las vidas de decenas de miles de soldados rusos han quedado innecesariamente arruinadas. La derrota militar definitiva podría retrasarse a costa de las vidas de los miles y miles de soldados movilizados, pero es inevitable. La combinación de una guerra de invasión, la corrupción, unos generales ineptos, nuestra débil economía y el heroísmo y la fuerte motivación de las fuerzas defensoras solo pueden tener como resultado la derrota. Los llamamientos engañosos e hipócritas del Kremlin a entablar negociaciones y a declarar el alto el fuego no son más que una valoración realista de las perspectivas de las nuevas acciones militares.
¿Qué hacer?
5. ¿Cuáles son las fronteras de Ucrania con Rusia? Las mismas que las de Rusia con Ucrania, que reconocimos y definimos internacionalmente en 1991. Rusia reconoció también esas fronteras entonces y debe reconocerlas ahora. No hay nada que discutir aquí. Casi todas las fronteras del mundo son más o menos accidentales y son motivo de disgusto para alguien. Pero en el siglo XXI no podemos empezar guerras solo para redibujarlas. El mundo se sumiría en el caos.
6. Rusia debe dejar en paz a Ucrania y permitir que el país se desarrolle de la manera que quiera su ciudadanía. Tiene que detener la invasión, acabar con la guerra y retirar todas sus tropas de Ucrania. Continuar con este conflicto es una histeria fruto de la impotencia, y ponerle fin sería un gran avance.
7. Junto con Ucrania, Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido, debemos buscar formas aceptables de compensar el daño causado en Ucrania. Una forma de conseguirlo sería levantar las restricciones impuestas a nuestro petróleo y gas, y destinar parte de los ingresos que Rusia recibe de las exportaciones de hidrocarburos a reparaciones de guerra. Eso solo debe hacerse tras un cambio de poder en Rusia y el fin de la guerra.
8. Los crímenes de guerra cometidos durante este conflicto deben ser investigados en cooperación con las instituciones internacionales.
¿En qué beneficiaría a Rusia detener la invasión de Putin?
9. ¿Son los rusos imperialistas por naturaleza? Eso es absurdo. Bielorrusia, por ejemplo, está también implicada en la guerra contra Ucrania. ¿Significa eso que los bielorrusos tienen una mentalidad imperialista? No, lo que pasa es que tienen a un dictador en el poder. Siempre habrá personas con una visión imperialista en Rusia, como en cualquier otro país con prerrequisitos históricos para ello, pero no son ni mucho menos la mayoría. No hay por qué llorar ni lamentarse por ello. A esas personas habría que derrotarlas en las elecciones, igual que se derrota a radicales de extrema derecha y extrema izquierda en las elecciones en los países desarrollados.
10. ¿Necesita Rusia nuevos territorios? Rusia es un país enorme con una población en declive y con zonas rurales en plena extinción. El imperialismo y el ansia de apoderarse de territorios es un camino dañino y destructivo. El Gobierno ruso, una vez más, está destruyendo nuestro futuro con sus propias manos solo para hacer que nuestro país parezca más grande en el mapa. Pero Rusia ya es lo bastante grande. Nuestro objetivo debería ser conservar nuestra población y desarrollar lo que tenemos en abundancia.
11. Para Rusia, el legado de esta guerra será toda una maraña de problemas complicados y, a simple vista, casi irresolubles. Es importante decidir por nuestra cuenta que queremos resolverlos y luego empezar a hacerlo de forma honrada y abierta. La clave del éxito reside en entender que poner fin a la guerra lo antes posible no solo será bueno para Rusia y para su población, sino también muy rentable: hacerlo es la única forma de empezar a avanzar hacia la supresión de las sanciones, la vuelta de los que se fueron, la restitución de la confianza empresarial y el crecimiento económico.
12. Tras la guerra, habrá que compensar a Ucrania por todo el daño provocado por la invasión de Putin. Sin embargo, el restablecimiento de la normalidad en las relaciones económicas con el mundo civilizado y el regreso del crecimiento empresarial nos permitirán hacerlo sin que interfiera con el desarrollo de nuestro país. Hemos tocado fondo, y para volver a la superficie, debemos impulsarnos desde él. Sería moralmente correcto, racional y rentable.
13. Debemos desmantelar el régimen de Putin y su dictadura, idealmente con la celebración de elecciones generales libres y la convocatoria de una Asamblea Constitucional.
14. Necesitamos establecer una república parlamentaria basada en la alternancia de poder a través de elecciones justas, tribunales independientes, y del federalismo, el autogobierno local, la absoluta libertad económica y la justicia social.
15. Sin dejar de reconocer nuestra historia y tradiciones, necesitamos ser parte de Europa y seguir el camino del desarrollo europeo. No tenemos otra opción, ni la necesitamos».
Por respeto, solidaridad y homenaje, hay que leer Patriota, memorias de Alexei Navalni.
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