DAVID TOVILLA
Se estrenó en México Armand, de Halfdan Ullmann Tøndel, un drama que indaga una denuncia escolar sin mostrar nunca a los menores involucrados. Esa decisión formal traslada la inspección al mundo adulto y a sus sesgos.
Es un relato-ensayo que cambia de foco a cada escena y somete al espectador a la tiranía de la percepción que rige la vida pública. Ese principio sostiene una película exigente —con planos sostenidos y desvíos abiertamente oníricos— cuyo objetivo no es complacer, sino incomodar, para propiciar reflexión.
No se limita a contar una historia. Confronta al público con su credulidad cotidiana: en el ecosistema de redes, la mentira circula y se cree porque sí. Aunque los hechos verificables estén al alcance, lo que suele consumirse son percepciones, decires, versiones, apariencias.
Hoy se educa más para creer que para pensar. Basta con que un personaje público desmienta de palabra una información verificada para que, en la siguiente vuelta, proclame que el asunto está aclarado. Ni una ni otra cosa. Esa mecánica normaliza el engaño, la simulación y el cinismo.
La película revela hasta qué punto resultan insuficientes —en lo institucional y personal— los protocolos para verificar un hecho y darle el tratamiento correcto, sustentado en evidencias.
Armand funciona como observatorio: los observadores quedan también bajo evaluación. El público se alinea con una u otra versión según la dosis y el orden de la información disponible, que puede ser interesada, incompleta o falsa. En la costumbre de juzgar con lo mínimo, se dictan sentencias con pasmosa facilidad.
El filme exhibe, con lucidez y rigor, el juego de las percepciones: cómo se defiende una creencia, se replica una afirmación que ni su autor sostiene, y se manipula a la colectividad.
Su mérito está en forzar una reflexión incómoda sobre credulidad, estereotipos, parcialidades, intereses y venganzas.
El mensaje es nítido: nunca es tarde para recuperar una conducta ética, pensar en el daño a los otros y cuestionar la evidencia imprecisa. La salida: pasar de consumidores de mensajes diseñados para la masa a personas que piensan y sienten.
El dispositivo escénico —una reunión casi claustrofóbica en un salón escolar— sostiene la propuesta. Renate Reinsve, recordada por La peor persona del mundo, encabeza con una actuación que oscila entre la fragilidad y la ferocidad, y el elenco joven y adulto (con Thea Lambrechts Vaulen, como una docente vacilante, entre otras) afianza la tensión sin exhibicionismo.
La cinta ganó la Cámara de Oro, Mejor Ópera Prima, en el Festival de Cannes 2024.
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