Giacomo Casanova: tricentenario


El Carnaval de Venecia dedicó su edición 2025 a su ciudadano más célebre, Giacomo Casanova, en el tricentenario de su nacimiento.

La fastuosidad del festejo —desfiles, espectáculos y bailes— buscó dialogar con la imaginería del siglo XVIII, la época en la que vivió Casanova.

Las celebraciones se desarrollaron por todo lo alto en los meses previos al 2 de abril, fecha exacta de su aniversario.

Casanova comparte algo con el marqués de Sade: ambos son célebres, incluso populares, pero en la misma proporción no leídos.

Sade resulta más accesible porque una parte significativa de su obra cabe en unas trescientas páginas y porque, en varios títulos, se ocupa de enumerar —casi de manera didáctica— un catálogo de pasiones.

En cambio, la obra mayor de Giacomo Casanova, Historia de mi vida, se extiende a unas tres mil seiscientas páginas. Lejos de la imagen reducida del gran seductor, sus memorias ofrecen un retrato excepcional de la Europa de su tiempo: una mirada multidisciplinaria a la vida social, el pensamiento y los debates intelectuales, las influencias políticas y las relaciones internacionales, entre otros temas.

Quien se acerque a la autobiografía esperando un manual de seducción terminará decepcionado. Casanova es mucho más que eso: se adentra en la ciencia, la filosofía, la literatura y la diplomacia. Esa exhaustividad —al describir situaciones, ambientes y personajes— añade densidad; su lectura exige tiempo, paciencia y pausas. Predomina el relato histórico sobre la mera enumeración de aventuras amorosas. Estas existen, por supuesto, pero están inscritas en un marco más amplio: la vida, la cultura y la sociedad de la Ilustración (el Siglo de las Luces).

Como ya se ha señalado en otros momentos, la traducción es crucial para la comprensión del texto. La mejor versión en español de Historia de mi vida es la de Mauro Armiño, publicada por Atalanta: dos tomos magníficos, libros para leer y para coleccionar.

En medio de una relatoría vivencial minuciosa, Casanova intercala reflexiones como estas: «El hombre que se prohíbe pensar nunca aprende nada». «El hombre sabio que quiera instruirse debe leer y viajar después para rectificar lo que sabe. Saber mal es peor que ignorar». «Feliz o desdichada, la vida es el único tesoro que el hombre posee, y quienes no la aman no son dignos de ella». «Las acciones más decisivas de nuestra vida dependen de causas insignificantes». «Todas mis virtudes procedían de la enfermedad: para juzgar a un hombre hay que examinar su conducta cuando está sano y libre; enfermo o encarcelado ya no es el mismo». «La naturaleza es a la larga más poderosa que los prejuicios».

Sus anotaciones abarcan temas muy diversos. Durante su paso por España escribe: «La lengua castellana es la más rica de todas las lenguas, riqueza que no puede consistir más que en sinónimos, dado que es mucho más fácil imaginar palabras que encontrar nuevas cualidades, y dado que es imposible crear cosas. Comoquiera que sea, la lengua española es, sin contradicción, una de las más bellas del universo: sonora, enérgica, majestuosa; se pronuncia con perfecta locución y es susceptible de la más sublime armonía poética».

En la misma amplitud se inscribe otra observación: dice haber comenzado un diccionario de quesos, aunque lo abandonó. Más adelante, al llegar a Lodi, Italia, apunta: «Esa ciudad hasta ese momento solo me parecía respetable por su excelente queso, que toda la Europa ingrata llama parmesano. No es de Parma, es de Lodi». No tenía razón: el queso del lugar es una variante con denominación de origen —el llamado parmesano negro— conocida como Típico Lodigiano o Granone Lodigiano.

Casanova desliza criterios sobre las personas que conoció sin ceder a reverencias: «Aunque gran pintor por lo que se refiere al colorido y al dibujo, no poseía la primera parte necesaria para calificar de grande a un pintor: la invención».

Si algo distingue esos extensos volúmenes es su sinceridad sin disfraces. No oculta trampas, engaños ni artimañas que empleó movido por un sentido práctico de supervivencia: «Verán que siempre he amado la verdad con tal pasión que muchas veces empecé mintiendo para hacerla entrar en cabezas que no conocían sus encantos. No me condenarán cuando me vean vaciar la bolsa de mis amigos para satisfacer con ella mis caprichos, porque tenían proyectos quiméricos y, haciéndoles creer en su éxito, yo esperaba al mismo tiempo curarlos de su locura desengañándolos. Los engañaba para volverlos prudentes; y no me creía culpable porque no era un espíritu de avaricia lo que me hacía obrar. Me creería culpable si hoy fuera rico».

Hacia el cierre del segundo volumen, Casanova rechaza que se le juzgue como seductor profesional. Argumenta: «Vicio no es sinónimo de delito, porque se puede ser vicioso sin ser criminal. Eso fui yo a lo largo de toda mi vida, e incluso me atrevo a decir que fui a menudo virtuoso en el mismo momento en que era vicioso; porque si es cierto que todo vicio se opone a la virtud, también lo es que no perjudica la armonía universal.

»Para mí, mis vicios no han sido nunca más que una carga, salvo aquellos casos en los que he utilizado las artes de la seducción; pero la seducción nunca fue un elemento característico de mi temperamento, pues siempre he seducido sin saber hacerlo y siendo seducido a mi vez.

»El seductor de profesión, que hace de la seducción un proyecto, es un hombre abominable, sustancialmente enemigo del objeto en que ha puesto los ojos. Es un verdadero criminal que, si tiene las cualidades requeridas para seducir, se vuelve indigno cuando abusa de ellas para hacer infeliz a una mujer».

Ese es Giacomo Casanova: un autor a quien el cine ha reducido y estereotipado, pese a que dejó un testimonio vasto escrito en sentido contrario, para que se le conozca con matices y sin caricaturas. El tricentenario es un magnífico pretexto para embarcarse en esa aventura monumental llamada Historia de mi vida.