Schnitzler, ‘Traumnovelle’ y ‘Ojos bien cerrados’

DAVID TOVILLA 

En 2025 se cumple el centenario de la novela Traumnovelle (Relato soñado), de Arthur Schnitzler. Un año después apareció en inglés con el título Rhapsody. El provocador texto sedujo al afamado director Stanley Kubrick quien, en su momento, compró los derechos y retiró los ejemplares de venta. La adaptación cinematográfica se tituló Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut), su versión definitiva no llegó a ser vista por el cineasta debido a su fallecimiento. La película se estrenó cuatro meses después.

Este año también llegará a salas una nueva adaptación del texto. La película recupera el título original del libro:  Traumnovelle y está dirigida por Florian Frerichs. Se estrenó en el Festival de Cine de Oldenburg, en Alemania, en septiembre pasado y, en 2025, se proyectó en cines de ese país. Su distribución mundial está pendiente, pero el tráiler da una buena idea de su contenido.

 


Es impredecible cuándo la versión moderna de las letras de Schnitzler llegará a otros territorios. La que sí es accesible en diversas plataformas es la cinta de 1999, protagonizada por Tom Cruise y Nicole Kidman.

 


Ojos bien cerrados es un clásico y expone ese modo de hacer cine de Stanley Kubrick. Empiezan los créditos en blanco y negro. Se escucha una melodía: el célebre “Vals n.º 2” —popularmente atribuido a la Suite de jazz n.º 2 de Shostakovich—. Transcurren treinta y cuatro segundos: aparece un amplio vestidor con luz cálida y un enorme espejo. Una mujer alta, rubia, con el cabello recogido, camina hacia el fondo. Se lleva las manos a los tirantes de su vestido negro, con gran escote en la espalda. Se lo quita en dos movimientos. La prenda cae. Ella no lleva nada debajo. Se queda sólo con las zapatillas negras. Da dos pasos para salir de ese círculo de tela que ha quedado en el suelo. Es un desnudo total. Una toma posterior, espléndida, de un cuerpo femenino erguido, bañado por esa luz amarillenta. Sin ningún objeto que distraiga. A plenitud: el dorso, las nalgas, las piernas, los brazos, la piel blanca. Como esculpida con detalle, esmero, delicadeza. Todo ello —se insiste— en menos de un minuto de iniciado el filme. Es la desnudez más artística que Nicole Kidman ha mostrado.

 


Es una cinta rica en matices y lecturas. Los hechos centrales ocurren en veinticuatro horas, pero en ese lapso se revela un mundo: la vida, la realidad con sus apariencias y revelaciones, su crueldad y deleite, su gozo y sufrimiento, sus certidumbres y casualidades. Lo central, sin embargo, son los descubrimientos y sus consecuencias. Kubrick lo dice todo desde el principio: así como cae el vestido y queda expuesto el cuerpo de esa hermosa mujer, del mismo modo caerán, sucesivamente, conceptos, imágenes, creencias, seguridades. Todo generado por el sexo.

Ojos bien cerrados puede leerse equivocadamente como una apología del matrimonio tradicional, porque —al final de cuentas— la pareja protagonista, formada por Alice (Nicole Kidman) y el médico Bill Harford (Tom Cruise), no incurre en un pecado concreto. Sin embargo, el planteamiento preciso de Kubrick es otro. El mundo perfecto de una mujer hermosa y un hombre guapo, con holgura económica, sin sobresaltos, con una hija culta y educada, sin conflictos, puede convertirse en una burbuja que tarde o temprano será vulnerada porque la vida es imperfecta. La disyuntiva es: pretender omitirlo todo y mantener los ojos bien cerrados o abrirlos y construir a partir de lo tangible.

Kubrick abre con Nicole en el papel de Alice y la mostrará varias veces semi o desnuda, en escenas vitales para el filme. Lo hace porque todo ocurre en torno a un acto de sinceridad, un desmentido que Bill, encerrado en su mundo de fantasía, nunca esperó. Una noche, tras regresar de una fiesta en la que ambos flirtearon, él asegura que nada pasaría jamás porque está seguro de ella. Alice se ríe desaforadamente y le cuenta una acción que derivará en un sueño.

En unas vacaciones, en el lobby de un hotel, su mirada choca con la de un oficial de la marina. En un monólogo lento, revela: «Una mirada. Nada más, pero apenas pude moverme. Esa tarde, tú y yo hicimos el amor y planes sobre nuestro futuro. Sin embargo, en ningún momento, ni un instante, él estuvo fuera de mi mente. Y pensé que, si él me quisiera, aunque sólo fuera por una noche, yo estaba dispuesta a perderlo todo: a ti, a mi hija, mi jodido futuro. Todo. Era extraño porque al mismo tiempo tú me querías más que nunca. En ese momento mi amor por ti era a la vez tierno y triste. Apenas pude dormir esa noche y me desperté a la mañana siguiente. No sé si temía que él se hubiera ido o estaba ahí. Durante la cena me di cuenta de que se había marchado y me sentí aliviada».


Bill se queda estupefacto. Sin habla. El momento de tensión se corta por una llamada que le avisa de un fallecimiento. Tiene que salir a la calle. Es decir, la circunstancia le permite evadir la confrontación plena con una realidad imperfecta llamada Alice. En lugar de procesar que ella es un ser humano —con fantasías, deseos y proyecciones sexuales—, Bill se aferra al impacto psicológico. Esa noche, todos sus recorridos los hace en taxi. Cada vez que cierra los ojos, en su mente Alice folla extasiada con un marinero, en imágenes voluptuosas que golpean al esposo y al propio espectador.

Las horas siguientes llevan al prestigioso e inmaculado doctor Harford por la vida real: una mujer que le confiesa su deseo ante el cadáver de su padre —con su prometido tocando a la puerta—; una prostituta que lo intercepta y lo conduce a una habitación desordenada; un comerciante capaz de lucrar con todo, incluso con el cuerpo de su propia hija. La cúspide es su asomo a un cónclave sexual de una secta de alta sociedad. Consigue la contraseña e ingresa a una mansión de orgía y desenfreno, con mujeres de cuerpos perfectos; todos, con disfraces y máscaras. Bill es descubierto y obligado a quitarse la careta en el centro de la cofradía libertina. Es expuesto, revelado ante el mundo. Kubrick insiste en el simbolismo de la revelación: baste recordar la primera imagen de Alice, descrita arriba, cuando el vestido cae y ella aparece hermosamente desnuda.

Por si no bastara, de vuelta en su torre de cristal —su hogar—, Bill encuentra a su esposa en plena pesadilla. La despierta y ella le cuenta que soñaba con el marinero: “El final es demasiado horrible. Él me estaba besando. Luego hacíamos el amor. Había mucha gente alrededor de nosotros. Cientos de personas: todos cogiendo. Luego yo cogía con otros hombres. Tantos que no sé con cuántos estaba. Y sabía que tú podías verme en los brazos de todos ellos. Cogía a todos esos hombres y quería burlarme de ti. Reírme en tu cara. Así que reía lo más fuerte que podía”.

A la mañana siguiente, Bill se entera de que su impostura ha derivado en asesinatos y amenazas; que la prostituta con la que estuvo —aunque no se acostó con ella— resultó seropositiva; que uno de sus amigos integra la congregación. Conmovido, regresa a casa. Alice duerme. En la cama, en su lugar, está la máscara con la que asistió aquella noche y que había extraviado. Se desploma y decide contarle todo.

Al final, Kubrick presenta a un Bill sumido en su mediocridad y a una Alice como lo fue en toda la cinta: fuerte, inteligente, madura, realista. Tras la gran experiencia —dentro y fuera del hogar—, él es incapaz de caminar solo. Le pregunta a ella qué hacer. Alice es, así, el centro de gravedad de la película. Abre y cierra el filme. Ella es lo que él no se atreve a ser. Alice crece; él no. Tal como lo revela el diálogo con el que concluye la cinta. Él pregunta qué cree que deberían hacer. Ella responde:


Debiéramos estar agradecidos porque sobrevivimos a todas nuestras aventuras… Ya sea que hayan sido reales o tan sólo un sueño.
¿Estás segura de eso?
¿Si estoy segura? Sólo tan segura como estoy de que la realidad de una noche -ya no digamos la de toda una vida- no puede ser nunca toda la verdad…
Y ningún sueño jamás es sólo un sueño…
Lo importante es que estamos despiertos… ahora, y con suerte, por mucho tiempo por venir…
Para siempre.
¿Para siempre?
Para siempre.
Es mejor que no usemos esa palabra. Me asusta. Pero yo te amo y sabes que hay algo más importante que necesitamos hacer cuanto antes…
¿Qué cosa?
Coger.

El sexo como vínculo, causa y consecuencia, malestar y remedio, razón y locura, pena y esplendor. Sólo exige no tener —ni la mente ni los— ojos bien cerrados.