Centenario de Rubem Fonseca

Fotografía: Héctor Guerrero

DAVID SANTIAGO TOVILLA

Este 11 de mayo, Rubem Fonseca cumpliría cien años. Uno de los grandes narradores brasileños del siglo XX, no llegó a la cita: murió el 15 de abril de 2020, a pocas semanas de cumplir 95.

Recordarlo es celebrarlo. Por fortuna, sus libros están al alcance en español; Tusquets ha publicado ediciones que permiten recorrer su obra —cuentos y novelas—.

Para propiciar su conocimiento y su lectura necesaria, hace falta un texto amplio, de alcance panorámico.

«Le dije que para algunos escritores la literatura debe ser dulce y edificante, es decir, lo bastante azucarada y buena para agradar los paladares delicados y refinar moral y espiritualmente al lector, pero que el escritor no era un repostero ni un pedagogo, los buenos escritores, como Sade, llenaban el corazón y la mente de los lectores de miedo y horror, porque la vida era eso, miedo y horror» dice Gustavo Flávio, el personaje central en la novela Del fondo del mundo prostituto sólo amores guardé para mi puro.

El escritor brasileño Rubem Fonseca condensa, en este fragmento, su idea de la escritura: cree en la imaginación, no en la fantasía. Sus narraciones prescinden del artificio: se trata de observar la realidad, recrearla y hablar de las mismas sensaciones, hechos, situaciones, creencias y sentimientos que han vivido sus lectores. Por las tramas que atraviesan buena parte de sus libros, suele encasillársele en la literatura policial o la novela negra; reducir su aporte a asesinatos e investigaciones sería, sin embargo, empobrecer su lugar en la literatura latinoamericana.

Fonseca va más allá de la anécdota y fija la mirada en el comportamiento humano. Su gran tema es la vida y sus motivaciones; en particular, el eje donde gravitan las acciones y decisiones de mujeres y hombres: la pasión, el sexo, el amor.

Leer a Fonseca es entrar en historias próximas por su verosimilitud, como si hubiéramos vivido experiencias semejantes, conocido a algunas de las mujeres que describe o encarnado al narrador de sus andanzas y tormentos. Su universo son las motivaciones que mueven al mundo: recónditas o banales, deliberadas o ingenuas, tiernas o violentas. No son las circunstancias las que determinan el rumbo de los acontecimientos, sino lo que hacemos dentro de ellas.

La literatura de Rubem Fonseca es, así, una inmersión fascinante en una ética vital sostenida por el amor y el erotismo.

Forma

Rubem Fonseca no necesita una producción extensa. Sus cuentos son breves y sus libros, no voluminosos. Está lejos de la descripción abundante, árida y farragosa. Es preciso y contundente; demuestra un conocimiento hondo de cuanto menciona: el ambiente de las dependencias policiales, las armas, los escenarios brasileños y, por supuesto, el cuerpo humano y su anatomía. Con términos crudos, sin eufemismos, Fonseca puede recrear en una sola frase la viveza de un encuentro sexual; en apenas doce palabras convoca la intensidad y el vigor de una pareja.

En “Carpe Diem”, del libro Historias de amor, escribe: «La verga de él queda desollada y la panocha de ella, hinchada». Qué expresión tan contundente del literato de Minas Gerais. O bien la cadencia de palabras en “Un día en la vida de dos pactantes” de La cofradía de las espadas, que constituye casi medio cuento: «Ella había tenido uno o dos novios que sólo cogían cuando no tenían otra cosa que hacer ¿Por qué coger hoy por la tarde si podían coger por la noche? ¿Por qué coger de noche si podían coger mañana por la mañana? ¿Y por qué coger al día siguiente si podían coger el sábado? ¿Y por qué coger el sábado si podían coger la próxima semana, el día festivo o el día de cumpleaños de él o de ella? Pero ella sabía que conmigo –con nosotros, pues en realidad no era sólo yo quien hacía que todo fuera diferente– era otra cosa».

Escribir y vivir

A partir de ese estilo conciso, Fonseca instala como constantes —ya se apuntó— la violencia delictiva y sus efectos: muertos, heridos, pesquisas, ejecuciones, sorpresas.

Lo hace porque ése es el universo de sus observaciones hondas, no por una moda ni por la “visión romántica del crimen” que un día describió Eduardo Paes, entonces alcalde de Río de Janeiro, para el diario El paísFonseca crea personajes, entornos y hechos violentos porque forman parte del fenómeno social más lacerante de Brasil.

Su segundo gran tema son las pasiones humanas. En medio de todo, reflexiona sobre la escritura. No sólo dio vida al investigador Mandrake y a decenas de personajes femeninos; también concibió a un escritor-personaje que interviene, con mordacidad e ironía, para exponer su punto de vista sobre el proceso creativo.

En Del fondo del mundo prostituto… argumenta: «Dijo que según Bertrand Russell las dos virtudes más importantes del ser humano son la inteligencia y la bondad. Tienes que ser inteligente, necesitas esa capacidad, ese poder superior de la mente para ser un escritor. Es cierto, dije, y él, como le gustaba hacer, con su dialéctica perversa, dijo que era mentira, que había encontrado en muchos de los congresos literarios en que había participado por todo el mundo, un montón de escritores exitosos –algunos premios Nobel- que no eran exactamente brillantes, algunos llegaban a ser idiotas».

En sus reflexiones, Fonseca deja claro que lo esencial para el ser humano es vivir en libertad. En La cofradía de las espadas lo puntualiza: «Se acostumbra a asociar de manera contradictoria la palabra libertad con opresión, esclavitud, cárcel y se acepta convencionalmente que se puede sacrificar la vida en un desafío heroico a esos estados. La asociación de la libertad con la violencia es correcta, pero, no se nos debe olvidar que, como dijo un filósofo, libertad también es violación de eso que llaman buen sentido, libertad es el derecho –y el verdadero derecho no es aquel que se nos da, sino el que conquistamos– de pensar de manera distinta».

¿A qué filósofo alude? ¿A Georges Bataille, a quien cita en uno de sus cuentos? No olvidemos que su libro esencial, El erotismo, sostiene que la sexualidad humana consiste en la transgresión del interdicto. Con ese puente, puede decirse que Fonseca asume la escritura, modela a sus personajes y aborda el erotismo desde una perspectiva libertaria. Su poética es «un pacto de incendio. Contra este espacio de rutina gris entre el nacimiento y la muerte al que llaman vida», como afirma en La cofradía de las espadas.

Una noción de amor

Desde luego, toda perspectiva vital implica una noción del amor. Rubem Fonseca es explícito en el tipo de vínculo que ocurre en la vida real y evita los lugares comunes —previsibles— de la relación tradicional.

Aunque en su universo destacan decenas de nombres y personajes femeninos, Fonseca perfila un prototipo masculino opuesto al “hombre perfecto”: cree en la lealtad más que en la fidelidad, desecha la monogamia porque el trayecto cotidiano está adoquinado por una interacción múltiple con mujeres —cada una aporta algo— y se muestra práctico, desinhibido y abierto a la experimentación.

En Del fondo del mundo prostituto..., comenta: «estaba atrapado. En aquel momento tenía tres mujeres en mi vida, Silvia, la mujer con el cuerpo más perfecto del mundo, por quien sentía una irresistible atracción física; la débil Luíza, que esperaba casarse conmigo, y Amanda, la mujer con quien fumaba puros, con quien más me gustaba, estar, platicar, reír. Un hombre puede amar a dos (o más) mujeres. Está en nuestra naturaleza».

Desde la literatura, Rubem Fonseca toma partido en la reflexión histórica, filosófica y antropológica sobre el amor. En un texto publicado en portugués en 1997 y en español en 1999, se adelanta a conclusiones que más tarde divulgaría Helen Fisher en 2004 con Por qué amamos.

Fisher empleó tecnología de escáner cerebral —imagen por resonancia magnética funcional— para registrar la actividad de hombres y mujeres enamorados. Su conclusión central aparece en el capítulo «La telaraña del amor: deseo, romance, apego».

La investigadora estadounidense expone: «Muchos de nosotros pasamos en nuestra vida por periodos en los que estos tres impulsos del emparejamiento, el deseo, el amor romántico y el apego no se concentran en la misma persona. Parece estar en el destino de la humanidad que seamos neurológicamente capaces de amar a más de una persona a la vez. Uno puede sentir un profundo apego por el que hace tiempo es su cónyuge, y sentir una pasión romántica por alguien de la oficina o de su círculo social, y al mismo tiempo experimentar un deseo sexual mientras lee un libro, ve una película o hace cualquier otra cosa en la que ninguna de estas personas tiene nada que ver. Puede que incluso se vaya pasando de un sentimiento a otro. Estos tres circuitos cerebrales actúan interactiva pero independientemente». En paralelo, Fonseca describe: el deseo de Flávio por Silvia, el romance con Luíza y el apego por Amanda. Sorprendente.

El personaje confirma su concepto amoroso y lo refrenda en estos términos: «Cuando haces el amor con varias mujeres a quienes amas, descubres interactivamente mundos distintos (la mujer es el mundo), y alcanzas la comunión multidimensional del cuerpo y la mente (del espíritu, si lo prefieres), la plenitud del ser. Esta contraposición es necesaria, no la de un mundo después de otro, sino la que se da entre un mundo y otro concomitantes, aunque separados. Esto puede parecer una confusa justificación para mi, digamos, volubilidad, pero en verdad es la sencilla razón por la cual amo a varias mujeres».

Catálogo sexual

Rubem Fonseca escribe y describe. Se percibe que su conocimiento surge del cruce entre lecturas e indagación. Investigador exhaustivo de sus temas, al abordar el erotismo ha recreado filias, tendencias, preferencias o perversiones —como quiera llamárseles—. A lo largo de varios libros ha levantado un catálogo erótico vinculado, siempre, a hechos y situaciones. En la mejor tradición libertina, Fonseca nos conduce por laberintos íntimos e insospechados.

No se queda en los tópicos sexuales. Ahí están la relación lésbica entre Dora y Eunice, en «Familia»; la dolorosa desfloración de Adriana, en «Viaje de bodas»; el fetichismo del asesino que solo robaba las pantaletas de sus víctimas, en «El amor de Jesús en el corazón»; la asfixiofilia —semiestrangulación propia o de la pareja al momento del orgasmo o la eyaculación—, en «Libre albedrío»; y la coprofilia —atracción por el acto de defecar—, en «Copromancia».

Estos casos ilustran bien cómo uno de los grandes escritores de América Latina usa la escritura para confrontarnos con la realidad plural y multidireccional de la sexualidad. Nos saca del terreno de la sospecha y nos planta ante la demostración de un refrán popular estilizado: caras vemos, genitales no sabemos.

Principios

Más que las etiquetas sexuales en que incurren sus personajes, importa un ideario fonsequista: afirmaciones, creencias, expresiones y reiteraciones que configuran principios y una ética de vida. Con personajes diversos y en libros distintos, Fonseca articula una sola línea de pensamiento. Es coherente, constante, insistente, convincente. Es la misma voz, atravesada por un decidido sentido de libertad.

Cuando emite consejos: «De esta historia saqué las enseñanzas siguientes. La primera: para seducir y cogerte a la mujer que amas es necesario desearla como un semental amarrado a la cerca, y si ella no brinca la cerca antes, las mujeres muchas veces brincan la cerca antes, te toca a ti brincarla, arruinarte por ella, ser coceado por ella, darte de topes en las paredes por ella. Segundo consejo: a las mujeres les gusta hablar, no pares de platicar con ellas, aunque muchas veces lo que les digas sea en realidad un ejercicio de comunicación onfalópsica (onfalopsia alude a la contemplación, con deleite, del propio ombligo). Último consejo: cuanto más desenfreno en el cuarto, más respeto y ceremonia en la sala y en la cocina. Pero es necesario, lo repito, que exista amor, sin amor el orgasmo ocasiona siempre un inmenso fastidio mezclado con tristeza».

Al cuestionar las falsas recetas que suelen venderse por todos lados a toda hora: «No existen recetas para cogerse a una mujer. Siempre desprecié a los cretinos de ambos sexos que escriben en revistas especializadas en chismes, femeninas y masculinas, a los que les gusta inventar reglas para que seduzcas y te cojas bien a tu pareja».

Al emitir una frase como un suspiro: «Confieso: si algo acaba con cualquier preocupación es hacer el amor con una mujer a la que amas».

Al instituir normas eróticas: «Una regla esencial: no copules sin condón con quien confía en ti, las personas confiadas son imprudentes, no tienen discernimiento».

Al establecer categorías: «Cuando la mujer tiene más de treinta años, es la edad en que las mujeres son interesantes».

Al compartir gustos: «Confieso que no sé qué es más excitante, hacer el amor con una mujer entrada en carnes o con una mujer delgada. A las mujeres delgadas mejor cogérselas por atrás, arrodilladas en la cama, pues podemos contemplar toda la belleza de sus nalgas y de su ano y acariciarlas de todas las maneras posibles. A las mujeres más llenas, de senos frondosos, es mejor cogérselas por delante, con sus pechos frotando el nuestro».

Al asumirse feminista no sólo por su gusto hacia las mujeres: «Toda mujer merece consideración y respeto. No se trata de una frase hecha: la mujer que te coges, o que te cogiste, merece más aún».

Al reconocer la unicidad femenina: «No sé cómo existen tipos que dicen que todas las mujeres son iguales. Tonterías. Cada mujer tiene su singularidad, cualquiera que sea nuestra interacción con ella, principalmente cuando es sexual».

Al exaltar las virtudes de la pluralidad: «Tener dos mujeres puede ser cómodo y bueno para ellas también. Aumenta la atracción que el macho siente por ellas, la rotación hace que el hombre sea un amante más fogoso. Es una pena que ellas no logren entenderlo. Es fácil tener dos amantes, cuando ambas tienen marido; cuando ambas son solteras, la cosa se complica».

Al compartir una experiencia: «Las mujeres casadas son las que cogen por las tardes, con sus amantes».

Al hacer una confidencia: «Cuando amamos a una mujer la traicionamos con otra que no amamos».

Al elegir como máxima obra pictórica aquella que llena la totalidad del cuadro con la recreación de un majestuoso monte de Venus: «¿Existe una pintura de mujer más bella que El origen del mundo, de Gustave Courbet?».

Al establecer un parámetro de juventud o vitalidad: «Los japoneses tienen un proverbio: un sujeto comienza a envejecer cuando ya no quiere aprender. Mi proverbio es que uno comienza a envejecer cuando ya no quiere amar, cuando pierde el entusiasmo por la comunión sexual, cuando ya no tiene valor para enfrentar la incandescencia, los refinamientos eróticos y también las desilusiones, aflicciones y la logística exasperante de la aventura amorosa. Es necesario, como afirma el Don Juan de Moliere, observar atentamente los méritos de todas las mujeres, rendir homenaje a cada una y pagar a cada una el tributo al que nos obliga la naturaleza».

Al señalar absurdos de la condición humana: «Ciertas mujeres prefieren la fidelidad a la lealtad, el marido puede ocultarle cuánto dinero tiene esparcido por los bancos del mundo, puede continuar siendo amigo de una persona con quien ella se peleó, puede continuar protegiendo a un pariente parásito que ella odia, puede hablar mal de su madre, hasta puede agresivamente considerarla una retrasada mental, lo único que no puede hacer es coger fuera de casa».

Al considerar una situación irremediable: «Los hombres nacen con un veneno en la sangre, la testosterona».

Al comparar los placeres del ser humano: «Coger es realmente más puro y poético que comer».

Al ubicar al sexo como eje vital: «La cópula es la única cosa importante para el ser humano. Coger es vivir, no existe nada más».

Al regalarnos una conclusión magistral: «El sexo lo contiene todo: cuerpos, almas, significados, canciones, purezas, delicadezas, resultados, promulgaciones, canciones, comandos, salud, orgullo, misterio maternal, leche seminal, todas las esperanzas, beneficios, donaciones y concesiones, todas las pasiones, bellezas, delicias de la tierra».

Estas son las letras, las pasiones y la genialidad del brasileño Rubem Fonseca. México lo reconoció en 2003 con el Premio Juan Rulfo; ese mismo año recibió el Premio Camões, el máximo galardón en lengua portuguesa.

Ese es el Fonseca que perdura en sus libros: el que nos confronta, con talento, con la implacable vida.

Publicado en El cronista Yucatán.